martes, 13 de diciembre de 2016

Diario de la niña de fuego. Vida extraterrestre

Me tocaba explicar la subordinación y no estaba en condiciones de hacerlo. La tarde anterior había vuelto a callar y acabé ardiendo por dentro mientras él me decía que no había logrado nada en la vida. No me explicaba cómo sus palabras seguían teniendo ese efecto abrasivo en mí después de tantos años de desprecio. Abrí la puerta del aula y ante la absoluta indiferencia de los alumnos preparé el vídeo que la profesora de ciencias me había pedido que proyectara. Los chavales se callaron cuando empezaron los dibujos animados que iban a hablarles sobre la posibilidad de vida en otros planetas. Astros de colores bailando, cápsulas con información sobre la humanidad que se lanzan al espacio por si las encuentra algún vecino de la estrella de al lado. Se meten sinfonías, palabras en todos los idiomas, mapas (debe de ser por si a los extraterrestres nos les funciona el GPS), fotografías de nuestros paisajes... Lo que no explicaba la grabación es si también introducen en esas cápsulas imágenes de las barbaries que se han cometido, que se comenten y que se cometerán hasta que nos extingamos. Disfruté del silencio azulado que me regaló el vídeo, pero no duró más de cinco minutos, así que tuve que afrontar que había llegado el momento de explicar los tipos de oraciones subordinadas a unos críos de quince años incapaces de escribir frases con verbos diferentes a "ser", "estar", "hacer" y quizá "salir" (por poner uno de cada conjugación). "Venga, va, sacad (con "d") el libro y abridlo por la página 63". Aproveché los eternos segundos que tardan en mover esos brazos tan lánguidos que parece que han cargado bloques de hormigón como para levantar una pirámide para lanzarles una pregunta con la que conseguir unos minutos más de tregua. "¿Quién cree que existe vida en otros planetas? Se alzaron un par de manos educadas, pero fue el chico tímido que siempre tamborilea los dedos en el pupitre cuando soporta las burlas de sus compañeros por ser el que sabe las respuestas, el que saluda, el que lee algún libro por placer, el feo quien respondió antes de que pudiera darle la palabra a otro alumno: "querrás decir vida inteligente, ¿no?". Sonreí por hacer algo. Solo había añadido un adjetivo, poca cosa, para muchos son superfluos, cargantes, redundantes, innecesarios en la mayoría de casos, propios de malos narradores, de esteticistas sin ideas. Una palabra y su voz resentida, y su mano derecha, que se arrugó, que se cerró en una amenaza y se guardó dentro toda la ira que no sabía por dónde sacar, me recordaron a él. "Yo no conseguiré nada, pero tú, ¿qué has hecho? Eres un burro de carga, un esclavo satisfecho que visita los hogares de muchos metros cuadrados de los amos como si llegaras por casualidad a casa de un marciano y volvieras para contar tu contacto con una especie alienígena de un universo paralelo al que no deberías haber cruzado". Aún no había acabado la carrera, sin embargo él ya me auguraba el fracaso, de nada importaban mis excelentes, mi matrícula de honor, mi pasión. Todo era poco. No dijo nada, pero supe lo que iba a pasar, vi cómo la furia le deformaba las manos llenas de cortes oscurecidos por la grasa. Mi padre se levantó y me cruzó la cara tan fuerte que se me cayeron las gafas al suelo y uno de los cristales se rompió en mil pedazos.
"Tienes razón, buena apreciación... Encended las luces, hoy voy a intentar explicaros la subordinación...".