Un pozo.
El abismo.
Una fosa insondable.
El fondo negro del mar.
El último acantilado de la tierra.
Una puerta entreabierta en la noche.
El universo ignoto que gira entre el colchón y el suelo.
Las garras metálicas de un malvado de película que desea meterse en mis sueños.
El interior de aquel armario de puertas que no encajaban que estaba en mi habitación de niña.
Aquel muro del patio de parvulario en el que habitaba una bruja fea que me susurraba.
La puerta de reja de un instituto nuevo que me parecía una boca hambrienta.
Una calle umbría bordeada por plataneros que rompían el suelo.
El tintineo de unas llaves al ritmo de mis pasos.
Un agujero en el vientre.
Los espejos.
El futuro.
Sola.
Miedo.
Echo de menos no pensar en el mañana. Cuando solo existía el ahora y un poquito el luego. La hora de la cena y quizá, ese rato antes de dormir.
Solo existe el futuro. Se está comiendo todo mi reino de Fantasía esa nada implacable y muda. La realidad devora mis sueños y los deja en fragmentos roídos y aislados, rodeados de miedo, como un archipiélago en cuyas aguas anidaran tiburones.
Habito un desierto pequeño, que cabe en uno de esos álbumes que evito abrir para que no se me llene el suelo de arena.
Echo de menos creer que no sería como las demás mujeres tristes de mi familia.
Echo de menos las risas tontas y cruzar semáforos a ciegas.
Echo de menos creer que las cosas no se rompen si no se tocan.
Echo de menos verte llegar.
Te echo de menos.
Te echo.
Solo me queda el futuro con sus profundidades oscuras.