lunes, 22 de octubre de 2018

La mujer incompleta. Los ojos de Liz Taylor

Anoche estuve dos horas buscando y guardando en Pinterest fotografías de Liz Taylor y Richard Burton. No podía parar. Hubiera seguido toda la noche. Me daban envidia sus ojos. Esos dos pares de ojos hermosos, de los más bellos que he visto nunca. Aunque solo los haya visto en fotografías y casi todas en blanco y negro.
Ojos translúcidos que dejaban pasar la luz y el alma. Ojos que te llevaban hacía el fondo de dos cuerpos que se amaron con un ansia caníbal. Liz Taylor escribió que cuando Richard Burton y ella se miraban era como si sus ojos tuvieran dedos y se tocasen. A esa frase yo le quitaría el como. Miro las fotos y me emociono. Ves cómo va pasando el tiempo para sus cuerpos, cómo a Liz se le van redondeando la cara, la papada y los brazos y cómo a Burton se le arrasa ese rostro elegante y masculino por culpa del alcohol y la pasión; sin embargo, sus ojos son siempre los mismos. Eso es lo que más me emociona, que se siguieran mirando igual que en el set de rodaje de Cleopatra, cuando se conocieron. A pesar de los años, a pesar de las peleas, del odio, de las infidelidades, de las ganas de vivir que traicionaban el amor y la confianza a cada paso.
Cuando se vieron por primera vez fue como si dos placas tectónicas chocaran y provocaran el surgimiento de un territorio nuevo. Una isla enorme, casi un continente ignoto. Un nuevo espacio en el que vivir solos, salvajes y hambrientos hasta acabar devorándose el uno al otro.
Se amaban. Tanto que no pudieron sobrevivir a ese amor. Se amaban demasiado para negarse a sí mismos. Se amaban tanto que tuvieron que devorar al otro para que no estuviera en ningún otro lugar que no fuera el cuerpo del amado, dentro; aunque para ello tuvieran que digerirlo y convertirlo en deshechos.
Liz Taylor, esa mujer pequeña, hermosa, la gata rabiosa sobre el tejado caliente. Era fuego, carácter, fuerza, caprichos, pero lo miraba a él y se quedaba sola. Ves en las fotos que nada más le importa, solo quiere aferrarse a la mirada de Burton. Lo adora como a un ídolo sagrado, con devoción y fe. De manera irracional pone todas sus esperanzas en él: el hermoso y fuerte dios del amor. Todo desaparece a su alrededor, se queda sola, pequeña, mirándole en una especie de trance que ofrece a todos los millones de ojos que les miran el impúdico espectáculo de su deseo, de su extravío. Nada le importa, solo él. Da igual la ropa que lleve, el peinado, la compañía... Todo da igual, solo ves su mirada y esa soledad enorme que transmite. Y desamparo. El amor nos deja tan vulnerables. Nos desnuda. Toda una diosa del cine clásico reverenciada, admirada, que podía pedir los ceros que quisiera por un contrato, expuesta. Solo ves sus maravillosos ojos de ese tono tan particular de azul, el resto flota. No importa su cuerpo, ni su sexo, ni siquiera Burton. Solo te fijas en esos ojos como garfios desesperados clavados en la piel de su marido, del hombre que no tenía bastante con el éxito, también anhelaba la dignidad y prefería arrastrarse por el lodo a fingir que no le importaba sentir su fracaso.
Pero a Liz le daban igual los reconocimientos y el mérito, solo le importaban las joyas caras y poder apresar a Burton con esos ojos que le obligaban a susurrarle que no estaba perdida, que no estaba sola, que no era imbécil y poca cosa, que no era mala actriz, que no era un mujer sin más, sino la mujer que él, dios del placer y el vino, había elegido para enloquecer. Él la amaba hasta la locura. Él las quería a todas. Lo quería todo.
¿Quién no querría tener a alguien que lo mirara como Liz Taylor miraba a Richard Burton? Yo querría.
Ahora tengo los ojos de Noa que me miran alguna vez de esa manera que atemoriza, que te hace responsable de su felicidad entera. Noa me mira con sus ojos tristes y me da miedo que nunca cambie lo que veo dentro. Miro fotos en las que aparece y ahí están sus ojos bonitos, algo oblicuos y muy tristes. ¿Por qué esa tristeza sin motivo? Porque no tiene motivo. ¿No lo tiene? Pero ahí, en el fondo, veo el mismo miedo que en los ojos de Liz Taylor.
Ojalá sepa que no está tan sola.


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