martes, 16 de enero de 2018

Vídeo poema

Hace un tiempo salté al vacío con una inconsciencia propia de la infancia más feliz y salvaje. Avancé hacia la nada con una sonrisa loca en la cara. No sabía qué habría al otro lado de ese precipicio que esperaba dejar atrás gracias al salto, tan enorme iba a ser. Y tampoco sabía qué habría debajo, en lo oscuro, esperando para devorarme cuando llegara a tocar el fondo. Quizá estaba el cocodrilo que persigue a Garfio, gigante, callado y paciente, aguardando al resto de mi cuerpo, porque, como al pirata, en alguna ocasión me había dado una o dos dentelladas y me había arrancado trocitos de mí: un poco de espalda, un poco de muslo. Y le había agradado también mi sabor, acostumbrado como estaba al gusto delicioso de la carne humana equivocada.
El salto fue rápido, pero, como en un capítulo de Oliver y Benji, mis pies no acaban de llegar al otro lado. Planeo sobre la nada capítulo tras capítulo, aplazando la caída.
Ayer, un par de chavales me alargaron la mano y evitaron que me cayera cuando, por fin, iba a tocar la otra orilla del precipicio. Me cogieron fuerte.
Eran un chico y una chica. Dos alumnos. Dos jóvenes a punto de cumplir dieciocho años, lo que ellos creen que significa hacerse mayor. Tenían deberes de literatura. Un vídeo poema o un poema visual, que cada cual encuentre el medio de expresarse mejor, dije. Me da igual la imagen fija que en movimiento, así que les dejé esa opción abierta. Ellos me enviaron el link a un vídeo que habían colgado en Youtube. Han escrito un texto hermoso e intenso, como es intensa y hermosa esa edad que tienen. Lo recitada él mientas la cámara mira de cerca a la chica, ofrece una imagen fragmentaria de su cuerpo, luego enfoca a los dos, y se besan y acarician con la fuerza aún de las primeras veces, del misterio descubierto recientemente, del encuentro de uno mismo en la piel de otro, de ese amor como de novela o de película, tan falsamente de verdad.
Me ha emocionado el vídeo. Me ha emocionado reconocer alguna imagen de las que hemos analizado en clase al hablar de Salvat-Papasseit, metáforas ligeramente modificadas para evitar la culpa de la copia, pero lo suficientemente parecidas para regalarme la conciencia de que de algo sirve lo que digo frente a un muro de un gris brillante. Creo que me han hecho feliz, menudo regalo, al menos durante un segundo, lo que viene durando la felicidad a estas alturas. Quizá no estaba, ni estoy, loca; es lo que he pensado al ver su poema. Quizá merece de verdad la pena. Me emociono mientras pienso que son demasiado jóvenes, tan seguros de sí mismos cuando los demás les miran, tan conscientes de tener algo valioso: un enorme agujero por llenar de vida.
Son tan bellos y nunca van peinados porque nunca bajan de una enorme montaña rusa emocional. Todo tiene que ser todo. Todo tiene que ser ahora. Todo tiene que ser tú. Si no, nada.
Les deseo que no crezcan, que se queden para siempre enredados como en el vídeo, como niños perdidos a los que nadie les hable de madres porque, al fin y al cabo no son tan importantes.