viernes, 28 de marzo de 2014

Sexos

Siempre le ha ruborizado la desnudez cercana de otros cuerpos. Será por culpa de la educación recibida y de cierta timidez innata. El tacto de otra piel sin la barrera de la tela le resulta inquietante como si todas las pieles fueran de reptil. Pocas veces el contacto fortuito de carne ajena no le provoca un escalofrío. Hombros sudorosos en el metro, manos que tocan sin permiso la espalda para abrirse paso o se ofrecen a estrechar las suyas, muslos que se rozan en el asiento del autobús...
Para ella el vestuario de un gimnasio es un sitio extraño. Verse rodeada de mujeres sin ropa la incomoda a la vez que le hace sentir curiosidad por la impudicia de la mayoría y por las formas ajenas. Y por los sexos.
Mientras lucha con la toalla que siempre intenta caerse al suelo y dejarla al descubierto, observa disimuladamente los cuerpos próximos a su taquilla. Una chica joven, de carne firme y lisa, se agacha delante de ella para recoger un bote de desodorante del suelo húmedo. Le provoca vergüenza ver como esa flexión expone a la vista de las demás su coño oscuro. En esa postura ese sexo le recuerda al de una yegua. Un sexo animal, de mamífero, exhibido sin los tapujos propios de la civilización. En el banco, sentada a su lado, una mujer mayor intenta ponerse los calcetines de media. Los pechos le cuelgan de manera lastimosa, le oscilan como péndulos que señalan, hasta que el tiempo los pare, la vida que pasa. Le sorprende ver que la vulva se hincha con el sobrepeso y tapa el verdadero secreto.
Se da cuenta de que hay tantos tipos de genitales como de mujeres: sexos invisibles que la vejez oculta tras la carne deshecha, sexos jóvenes descarados, sexos gordos, sexos con aspecto de planta carnívora, sexos tristes, sexos inocentes como de niña, sexos avergonzados que se tapan tras mucho vello, sexos con forma de boca, sexos negros, sexos rosas.
Pero lo que más le sorprende es que todos esos sexos le parecen un ser vivo, independiente, oculto entre las piernas de las mujeres. Quizás sea así, quizás se esconda en esa gruta profunda el yo verdadero, que sólo a veces se asoma a los ojos. Permanece cómodo y paciente a la espera de devorar carne de hombre, a la espera de morir una vez tras otra y resucitar siempre, a la espera de convertirse en una salida doliente hacia la vida.
Se metió en la ducha y sólo cuando cerró el pestillo de la puerta se desenrolló la toalla que apretaba bajo las axilas. La colgó, separó las piernas y se tocó por dentro. Se estremeció. Pensó que ya era hora de conocerse a sí misma y empezó a buscarse con los dedos.



miércoles, 12 de marzo de 2014

Los caníbales

Dos caníbales. Los dos reducidos a carne, a colmillos, a piel, a huellas dactilares.
La verdad reducida a piedra en el zapato, a arrecife de coral. Sólo dejamos de ella las espinas.
Tú ganas, siempre. Yo pierdo.
Tu mentira es un velero sin motor. Y las olas del mar. Y el viento. Y el deseo que vuelve con la tormenta.
Tus verdades son todas mentira. Lo he sabido desde el segundo día. También sé que mi verdad nada te importa.
Te importan los espejos, los cuchillos y las brasas de aquel fuego. Y aquellos tendones míos que no pudiste devorar. Las cuerdas de una marioneta que te cansaste de manejar.
Mi cruceta en tus manos. Mi cruz, tus ojos. El pozo oscuro en el que siempre queda un charco de lodo espeso y culpable al fondo.
Qué feo que es el verbo pisar al hablar de sexo, aunque sea el de las gallinas y los gallos de corral.
Pero ahora no toca hablar. Devorémonos en silencio mientras llega el día en el que toque gritar.

lunes, 10 de marzo de 2014

Garabatos

Anoche vi a un chico parado frente a uno de esos cilindros que Barcelona usa para anunciar algunos conciertos. Miraba a izquierda y derecha con la expresión de un actor de cine mudo que intentara disimular un acto sospechoso. Estaba pegando papeles sobre la mano de mujer que cubría parte del rostro de Enrique Iglesias. Primero creí que ofrecía sus servicios como profesor de algo, canguro, paseador de perros, pintor... Pero es que los trozos eran tan pequeños que ahí no podía caber ningún minijob por precario que fuera. Pasé de largo porque tenía prisa, aunque resolví averiguar qué había colgado cuando pasara de vuelta. 
Fue entonces cuando pude acercarme. Ningún papel llegaba al medio centímetro cuadrado y todos estaban escritos con una tinta azul desgastada. Intenté leer palabras, no lo logré. Luego busqué letras, pero no las encontré. Eran garabatos con forma de palabras. Ahí estaba colgada con minúsculos triángulos de cinta de embalar una historia rota que nadie más que ese chico podía comprender.