viernes, 12 de junio de 2020

La mujer incompleta. Un hombre que plantaba árboles

Una vez amé a un hombre que plantaba árboles con las manos. Me quedaba embobada mirando esas manos de hombre que sabían introducir vida en la tierra.
En realidad era un chico con cuerpo de hombre, con voz de hombre, con manos de hombre, que me hacía pensar que los relojes no sirven para mucho, o al menos, no para tanto.
Una vez amé. Y se me queda el verbo en pasado. Antes no, ahora, cuando escribo, el amor se me va al ayer. Se me queda lejos, como un perro que no quiere seguir caminando y se planta y espera a que su dueño le entienda y retroceda. Pero yo no puedo retroceder. La rebeldía de este verbo me ha pillado en medio de un descenso, justo cuando la pendiente te impulsa a correr para evitar la caída.
Al principio, cuando me salía el verbo en pasado, cuando escribía en una libreta, lo corregía, redondeaba la e. Tengo varías páginas llenas de oes que parecen tachadas. Ya no lo hago.

Este encierro coincide con mi huida. Las fases del confinamiento han coincidido, como una broma amarga de la vida, con mis fases de mujer lunar. Fase 0, la de mayor gravedad, la de aislamiento casi total, la de añorar el contacto de un abrazo tanto como el calor de un abrigo en la primera semana de marzo.
Fase 1. Incomprensión. Soledad. Frustración. Impotencia. Miedo. Mucho miedo. Miedos de distinta índole que se atraían y formaban una amalgama deforme y desagradable. Fase 2. Desesperación y luz. Dudas y puertas abiertas por fin. Y yo como un pájaro acostumbrado a su jaula que teme salir volando.
He salido al fin, pero noto las alas pegadas a los costados.
Soledad nueva envuelta en flores y colores cálidos.
Fase 2. Todo se vuelve nuevo de repente. Incluso las penas. Incluso la voz que me devuelven como un golpe las paredes también nuevas. O el silencio.
Deseaba silencio. Cuidado con lo que deseamos. Se puede convertir en la nueva normalidad.
Deseaba que las manos de ese chico con cuerpo de hombre plantaran flores y arbustos aromáticos en mi cintura, que sus dedos araran mi espalda y la preparan para ser sembrada con besos. Pero en la fase 2 los deseos flotan como embriones ingrávidos que aún no saben si acabarán naciendo o se perderán en sangre.
Llegará la fase 3. Solo espero aprender a desplegar las alas.