lunes, 17 de septiembre de 2012

Carta de desamor


Amor,

Esta es la última vez que te llamo así. Ha pasado tanto tiempo desde que nos volvimos a encontrar aquella noche a la puerta de un bar. No me veo capaz de comprender que nunca más estarás aquí, a mi lado. Te escribo para sentirte cerca, un poco al menos, para intentar volver a percibir esos hilos invisibles que nos han unido tanto tiempo. Nos hemos peleado tantas veces… Pero cuando te marchabas dando un portazo asegurándome que lo nuestro se había acabado, que ibas a romper con todo, no te creía. No porque no estuvieras realmente enfadado o desilusionado o decidido, sino porque al cerrarse la puerta aún continuaba sintiéndote mío. Me tiraba en el sofá y cuando cerraba los párpados para intentar relajarme te notaba, sabía que esos hilos, tan finos, delicados y casi invisibles que nos unían de esa manera tan poderosa, seguían intactos. Se balanceaban movidos por un viento que los amenazaba, como una tela de araña soportando una tormenta, pero no estaban rotos. Sin embargo, hoy, cuando he cerrado los ojos cansada de llorarte, me he dado cuenta de que no sentía nada. Nos hemos encargado de estirarlos tanto que no han soportado más nuestras tensiones. Te has ido tú, has dado el primer  paso, pero también podría haber sido yo. Y nada habría sido diferente. Nos hemos querido tanto. Tal vez aún nos queramos, por hábito, por costumbre, por necesidad, por miedo, por comodidad. Sí, ese ha sido nuestro amor de los últimos tiempos. Nos ha unido el miedo a la soledad y la cobardía. Y ese amor nos ha hecho mucho daño. Con lo que yo te he querido, tanto que me costaba respirar cuando me preocupaba por ti. Tanto que me ponía a llorar como una tonta cuando en broma me preguntabas que haría yo si tú te murieras, y me enfadaba y te pegaba en el brazo y tú me cogías fuerte, haciéndome un poco de daño, como siempre, para besarme en los labios y detrás de la oreja. Te echaré de menos, al menos a ese tú que se ha ido escapando de tu cuerpo poco a poco, con cada desencuentro, con cada decepción, con cada renuncia, con cada negativa, con cada silencio irrompible disimulado con las voces que salían de la maldita televisión. A lo mejor no somos tan culpables de habernos perdido el uno al otro. ¿Has pensado alguna vez que creemos tanto en el amor que no nos conformamos con este simulacro herido de muerte por la rutina? Sí, estoy loca y soy una niña. Eso es lo que me responderías, ¿verdad? Puede ser, sí, soy una niña que no ha sabido aceptar los cambios, que ha creído que cada beso sería un incendio; que cada abrazo, un refugio; que cada mirada, una confesión; que cada caricia, el principio de un terremoto. Pero no, no ha sido así y hemos colmado nuestro amor con demasiadas promesas de finales.
Te estoy escribiendo porque me resisto a pensar que te he perdido. Esta tarde me he desnudado delante del espejo buscándote en mi piel, intentando encontrar las puntadas de esos hilos que nos unían. Pero no he visto nada. Solo carne que ya no será tuya: unos brazos inútiles ahora que no te abrazarán, un sexo oscuro y misterioso como una pregunta sin respuesta, unos pechos que no rodearás más con tus manos grandes y mis pies. Cuando he visto mis pies reflejados he recordado cómo te reías de mis dedos feos y me he puesto a llorar. Aún me explico a mí misma a través de ti. No soy un todo. Solo soy la mitad de algo hermoso roto en mil pedazos, como un vaso estrellado contra el suelo.
Así me siento: fragmentada, herida e incompleta. Y no puedo preguntarte cómo salir de aquí. Tendré que averiguarlo sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario