viernes, 20 de junio de 2014

Un poeta

Ayer conocí a un poeta tranquilo. Se movía despacio, se fijaba despacio y, sin prisas, iba desvelando las grietas silenciosas que se abren entre las líneas ajenas.
Y descubrí, justo antes de que una mariposa amarilla se estrellara contra mi pecho, que el placer arrancado a arañazos acaba convertido en roña oscura debajo de las uñas.
Ayer, en un autobús, no conocí a José Escudero Díaz, nacido en 1929, que volvía a casa solo después de un ingreso hospitalario. Pero supe de él por la pulsera de plástico blanco que le ceñía la muñeca  y en la que se leía quién era. Y un grupo de niños con los pies llenos de arena gritaban una y otra vez mi nombre aunque no me llamaban a mí. 
Por la noche llegaron las risas. Alguna carcajada hueca que sonaba a matraca alegre y molesta. Presencié  los esfuerzos de un hombre y una mujer por disimular una confianza inevitable de carne que ha respirado el mismo aliento, y oí voces cercanas que pronunciaban mentiras impúdicas mientras, al fondo, una chica muda explicaba mil cosas con sus manos sinceras y sus ojos tan limpios que daba mucha pena saber que algún día se mancharían de vida.
Y entonces sentí miedo. Supe que siempre habrá un poeta que dejará al descubierto mis huecos.



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