martes, 5 de enero de 2016

Diario de una ansiosa XX. Queridos Reyes Magos

Queridos Reyes Magos,

He empezado a escribir mi carta como cada año. No aprendo, sé que hace más de dos décadas que en la Seguridad Social me dijeron que ya no podía visitarme mi pediatra, un hombre que me resultaba amable a pesar de su frondoso y negro bigote. Siempre creí que debía de usarlo como despensa para guardar los Sugus que me daba después de clavarme una aguja. De repente era adulta y mi nuevo doctor fumaba unos puros apestosos en el despacho de la consulta a la vez que fingía que escribía en un papel. No llevaba bigote, poco más puedo decir de su rostro porque siempre estaba mirando hacia su escritorio y no llegué a averiguar si tenía los ojos marrones o azules. Mi recuerdo de él es más amargo que aquellas vacunas bebibles que me recetó para el asma y creo que se debe principalmente a que me hizo ver lo ridículo de mi empeño en chupar aquellas piruletas cilíndricas que se suponía que curaban las aftas en la boca. Eso sí, mucho burlarse pero a mí no me curó de mi propensión a las llagas. Me siguen saliendo y cada vez que me duele una incrusto mi lengua contra su pared blanquecina y recuerdo el sabor de aquel remedio infantil. Y, de paso, me acuerdo un poco de en qué consistía ser niña en aquella época.

Y cada víspera de Reyes vuelvo a recordarlo. 
Y escribo en un papel mi listado de objetos deseados. Hoy me he dado cuenta a tiempo, antes de doblar el folio en tres rectángulos iguales, meterlo en un sobre, amargarme la lengua con la pega de la punta de la solapa y tirarlo a un buzón. Me he dado cuenta de que mi carta no tiene nada de magia, de que podría ser una lista de la compra.
He cambiado de idea. Lo primero, no la voy a tirar. En todo caso la lanzaré al aire como un boomerang a la espera de que vuelva a casa cuando haya hecho su viaje elíptico. Lo segundo, he reescrito mis deseos:
Queridos Reyes Magos, 

No quiero cosas. Estoy harta de las cosas. Vivo en un piso pequeño en el que no me caben más trastos; ni siquiera puedo guardar mis secretos, imaginaos qué inconveniente sería recibir una bicicleta estática o un jarrón de esos de forma poliédrica. 
Si no os parece mal, traedme palabras, frases, conversaciones, una historia, unos brazos calientes, unos labios que crean en mí y un ungüento creceego. 
También me gustaría que me ayudarais a averiguar el lugar que ocupo y que me aliviarais las ganas de huir hacia una isla inexistente. Y, por favor, también necesito aprender a no convertir a los demás en excusas. 
Queridos Reyes Magos, cumplid alguno de estos deseos, con un par me conformo, como cuando era una niña y pedía en mi carta una Nancy patinadora y una granja de Playmovil y una muñeca con alas de purpurina y al final sólo me traíais la muñeca. Yo me conformaba y jugaba con ella, hablaba con ella hasta que no sabía qué más contarle porque había ya depositado en ella todos mis secretos. Quizás por eso fabrican las muñecas huecas, porque son el lugar en el que las niñas depositan sus anhelos.
Por favor, concededme sólo uno de mis deseos y volveré a creer en vosotros.
Sería una manera de conseguir mi perdón por no haberme traído aquella Barbie bailarina. En realidad nunca tuve muchas Barbies, sólo dos. Y siempre jugaba a secuestrarlas. Les ataba los bracitos escuálidos a su espalda mínima y las colocaba en un lugar de difícil acceso de mi habitación. El juego consistía en averiguar dónde estaban escondidas y liberarlas. No tengo ni idea de por qué jugaba a eso y no a mamás y papás, tal vez porque nunca me trajisteis un Ken repeinado (tendré que sacarle este tema a la psicóloga, seguro que le encanta). Puede que empezara a intuir el conflicto entre la belleza y la cosificación, entre la feminidad y la desigualdad y esa fue mi extraña manera de asimilarlo.
Acababa liberándolas y peinando sus rubias cabelleras de plástico, aunque nunca supe quién las secuestraba ni por qué. No me inventé un villano. ¿Quién era el malo? ¿Contra quién jugaba?
¿Acaso sería ese el mayor de los regalos que me podéis traer esta noche? 
Querido Reyes Magos, 
quiero que me traigáis el nombre de mi enemigo, que me contéis contra quién jugaba, contra quién sigo perdiendo la partida.

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