martes, 13 de enero de 2015

Viaje de ida y vuelta

Cada día atravieso un mundo para entrar en otro. Es un viaje de ida y vuelta agotador. Llego a la noche con los ojos enrojecidos, los brazos cansados y el cerebro derretido. Alcanzo el borde de mi cama como si arribara a una orilla después de un naufragio y duermo como si no tuviera que despertarme nunca más. Pero llega el día siguiente y he de volver a atravesar un mundo para entrar en otro. Estoy casi segura de que el primer mundo, el que habito al abrir los ojos, es el real, o al menos al que pertenezco. Salgo a la calle después de desayunar y voy dejando atrás calles sinuosas, mujeres con el pelo reseco por los tintes baratos, perros grandes con dueños pequeños (perros que dan miedo con dueños que dan risa), chaquetones apretados, bambas Jhayber, manos endurecidas y caras cansadas. También me dejó atrás a mí misma. Al quitarme el pijama me quedo vacía sobre la cama deshecha y salgo de casa sin mi piel de serpiente, desnuda bajo el abrigo negro. Las escamas y la dureza se quedan en mi mundo y entro en el otro con la piel demasiado nueva, tanto que cualquier filo puede arañarla, y en el mundo que no es el mío las calles son muy rectas y todo tiene punta o garras. Los perros son los menos agresivos de ese mundo ajeno y doloroso. Son pequeños, con el pelo esponjoso como si los lavaran con suavizante y los metieran en la secadora. Sus dueños, grandes, imponentes, con abrigos 100% wool amplios y envolventes, son los que muerden. No ladran ni gruñen, no te avisan, sólo muerden. No tienen miedo, no tienen que decirte de algún modo que están asustados porque no lo están. Si no les gustas, te atacan y a otra cosa. 
Cada día dejo atrás amor y carne. Los reencuentro a la noche, pero al final del día mi corazón no puede salir de mi pecho agotado ni mi sexo es capaz de sentirse puerta. Y nada sale ni entra en mi cuerpo vencido por el mundo que no es el mío. Me doy cuenta de que ya no sé ni abrazar ni arropar y siento miedo de mirarme al espejo, no quiero descubrir que mis hombros están más puntiagudos ni que mis ojos pinchan. Temo que mi amor y mi carne se me queden fríos, pero cada noche visto mi debilidad con la piel áspera de serpiente o de cola de sirena triste que encuentro sobre la cama al volver. Sé que lo hago mal, que debería ir por casa con el abrigo negro y salir a la calle con mi coraza de reptil, pero no logró invertir ese orden. Todo lo demás es caos. 
En el mundo que no es el mío sólo hay palabras y metal. Y los das cosas se pueden afilar.
Al final del día, después de atravesar un mundo para volver al mío, estoy llena de cuchilladas y tengo varias frases clavadas en la espalda.

1 comentario:

  1. Buenos días Desirée, soy Kike Hernández, del Departamento de Comunicación de Universo la Maga, un portal de cultura donde, entre otras temáticas, damos cobertura web a escritores/as y sus novedades editoriales (www.universolamaga.com).

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    Kike

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