martes, 14 de abril de 2015

Martes por la mañana

En menos de una hora en la calle, he visto y escuchado demasiadas cosas para ser martes por la mañana.
No son aún las nueve y ya he oído hablar de la muerte.
En una cafetería de barrio, sólo el aroma de los cruasanes y el café amargo hacían soportable la clase de cuatro filósofas madrugadoras. Una de ellas comentaba que una conocida se había muerto y otra de las mujeres protestaba porque cada día se moría alguien. Alguien, que es casi igual a nadie. Alguien se muere y da igual si es un escritor famoso, o comprometido, o laureado, o todo junto. O nadie. Qué más da si de repente es un cascarón maltrecho y helado. Ni siquiera es nadie, de repente es nada.
Y las mujeres seguían hablando de la muerte y de lo cómodo que es esperar a que te quemen o te entierren en el tanatorio de las Corts, aunque la más existencialista de las filósofas ha vuelto a protestar porque no entendía por qué la muerta había ido a parar allí, con lo lejos de casa que le queda el lugar.
La conversación me ha obligado a pensar en cementerios, menos mal que es primavera. Debería crearse un neologismo para poder referirnos con propiedad a ese momento en el que meten los ataúdes llenos de cuerpos vacíos en un agujero abierto en un muro, donde lo más cercano a la tierra es el cemento con el que se sella el hueco para que de ahí no salga nada: ni un zombi, ni un fantasma, ni el olor de los cuerpos pudriéndose. ¿O emparedar serviría?
Y la conversación ha seguido, saltando de una cosa a otra, y de la muerte ha ido a parar a la vida. Una mujer, tras sacudirse las migas que se le pegaban a los labios pintados, afirmaba en voz muy alta que si el tiempo volviera atrás no tendría hijos. Su hija, de unos diez años, se entretenía mientras enviando mensajes desde el teléfono. Esa misma señora se ha quejado del silencio y el enfado constante de esa niña otros muchos días. Otra filósofa ha planteado un caso práctico con un trozo de bocadillo esperando a ser masticado en el carrillo derecho: ha delatado a una amiga que le había confesado que tampoco ella volvería a parir a sus hijos si pudiera dar marcha atrás. La conversación se ha animado hasta que las filósofas han llegado a una conclusión con forma interrogativa: ¿para qué dedicarse a los hijos si la soledad será inevitable?
He mirado en la pantalla del móvil la última foto que le hice a Noa anoche y me he preguntado si llegará la mañana en la que desee que no hubiera existido. También me he preguntado si la soledad del futuro será muy distinta a la de ahora, y no sé por qué he recordado tus pies calientes en la cama que huyen siempre de mi frío.
Es sólo martes por la mañana y ya me duele hasta ver como un niño parte en dos una moneda de chocolate y la deja tirada en el suelo del bus.


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