jueves, 12 de abril de 2018

Me acabo de acordar de los dientes desordenados de un chico que me gustaba. Cuánto me gustaba esa imperfección, esa apariencia de lobo hambriento tan sugerente que le aportaban sus colmillos ligeramente montados.
También he recordado la tristeza absurda que me invadió cuando se puso aparatos, unos hierros que forzarían su naturaleza hasta volverla uniforme, lisa, igual a otras.
Su rebeldía se quedó en simetría.
La simetría está sobrevalorada. En los pliegues del desorden, de la equivocación, se encuentra a veces una belleza inesperada, conmovedora, espontánea. Esa clase de belleza contra la que no hay antídoto porque su origen es casual e impredecible.


No hay comentarios:

Publicar un comentario