lunes, 7 de octubre de 2019

La mujer incompleta. Lagunas y pozos

Mi abuela se ha roto el fémur. Tú me romperás el corazón.
Mi abuela ha roto una foto antigua de mi abuelo. Me enteré ayer. Nadie me lo dijo. Ninguna de las mujeres de la familia me lo ha contado hasta hoy.
El vínculo también roto.
Era una foto en blanco y negro. Una ampliación sacada de una fotografia pequeña y arrugada que estaba guardada entre las páginas de algún libro coleccionable de los que siempre han estado en el mueble de pino de mi abuela. Llevo casi cuarenta años compartiendo existencia con ese mismo mueble. Todo ha cambiado alrededor de mi abuela y de mí misma menos ese mueble. El mueble y una figura de porcelana de un perro de orejas gachas con ojos negros pintados como pequeños pozos. Sus ojos son los únicos que están intactos. Los de mi abuela están nublados y los míos parecen siempre cansados.
Fractura de la cabeza de fémur el día de su noventa cumpleaños. Quizá intuía que esa iba a ser la única manera de ver a todos sus hijos y nietos a la vez. Quizá no le falte razón. En el hospital aún parece más pequeña. Una mujer de menos de metro cincuenta perdida en una camilla. Nos dice que está contenta de tenernos a todos a su lado. Me siento miserable porque hacía mucho que no la veía. Le preguntó si ha podido dormir algo, pero no me oye.
Está lejos.
Estás lejos.
Estoy sola.
Me da pena que haya roto la foto de mi abuelo. La tenía en su habitación, sobre una cómoda, en un marco dorado. Mi abuelo joven y miope, con su bigote y sus ojos tristes y esa onda en el pelo que le daba un aire a Omar Sharif. Ojos negros, almendrados, labios gruesos, piel aceitunada. Belleza que fue una herencia maldita de otra raza. La ha hecho trizas porque no le contestaba. Mi abuela intentaba hablar con mi abuelo, pero como no le ha hecho caso se ha cansado y se ha deshecho de la imagen. Mi abuelo murió hace diez años y a mi abuela se le ha empezado a olvidar ahora que nunca habló mucho.
Tiene lagunas, me dice mi madre, y yo me la imagino como una Ofelia vieja con su corona de flores marchitas y sus pedazo de papel mojado flotando sobre agua negra.
Pero ya no flota.
Sólo le queda hundirse en ese pozo de noche en el que se baña la luna.
Qué lástima no haberle hecho una foto a la foto. Irrealidad al cuadrado.
Tú sí flotas.
Flotas sobre esta especie de nada acolchada en la que nos miramos.
Somos casi mentira. Tú y yo. Secreto.
Y me muerdo los labios porque no quiero gritar que la verdad se me ha empapado de asombro y se está hundiendo del peso. Pero tu flotas y me agarras de las manos y me mantienes así, ingrávida en una atmósfera de susurros y suspiros.
Vuelo. Miro abajo y veo la verdad al fondo y el agua pasándole por encima, intentando pulirle las esquinas.
Te quieros pequeños, minúsculos, colándose por las orejas y cayendo a plomo en el pecho. Mi padre usaba plomos para hundir los cebos en el mar. Y yo lloraba cuando sacaba peces y los dejaba morir boqueando en un cubo.
No quiero que me saques del agua. Deja que me tumbe de espaldas y vaya a la deriva por esta laguna sin memoria.
Mi abuela también le habla a una foto de ella de joven. Tampoco lo sabía.
Me dice desde la camilla que esa chica se ha quedado sola en casa. Ves y hazle una visita, se ha quedado tan sola. No habla mucho, pero sonríe con esa boquita bonita que tiene. Qué pena lo joven que era. Ves y háblale. Da igual si no contesta. Mírale el pelo, tan negro y bonito. Qué bonito tenía el pelo. Cuando me metía en el mar parecía la melena de una sirena. Ahora está reseco. La chica está sola. Qué pena. Ves y háblale, da igual si no contesta.
Ven y háblame.
Qué importa que mi boca sólo tenga besos como respuesta.


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