martes, 9 de diciembre de 2014

Siluetas en la ventana

Esta noche, cuando volvía a casa de ser otra he pasado por delante del piso en el que he vivido durante años hasta hace apenas cuatro meses. La luz estaba encendida y la ventana de vidrios emplomados de colores se veía iluminada desde la calle. Me encantaba esa ventana pasada de moda y el arco iris de tonos fríos que reflejaba en la pared, sobre el sofá, cuando daba el sol. Dos siluetas han pasado por delante de la ventana y he visto sus cuerpos en sombra. No me ha dado tiempo de mucho, sólo de ver que se trataba de un hombre y una mujer. He imaginado que mi silueta se habrá hecho visible mil veces antes y he sentido nostalgia por la que había sido nuestra casa. Recordé hábitos perdidos, como mirarme en el espejo enorme de la portería antes de salir, o revisar el contenido del buzón mientras pensaba que tenía que cambiar de una vez la etiqueta con nuestros nombres casi borrados por el uso. Recordé el primer día que entramos por la puerta siendo tres o la mañana que gastamos pegando unos pequeños corazones rojos en una pared de la habitación de Noa.
Me pregunté si nuestros cuerpos habían dejado su huella en esa casa tal como ella se nos había pegado a la memoria. Quizás restos de mis gritos de enfado, de alegría o de placer se habían quedado imprimidos en las paredes, quizás los ecos de los primeros pasos de Noa se podían escuchar en el pasillo si pegabas la oreja al suelo o, tal vez, los fantasmas de mis plantas muertas vagaban resecos por el larguísimo balcón asustando a los geranios rojos que la nueva inquilina había colgado de la baranda. Rastros olvidados que continuaban la vida de la que nos desviamos yéndonos de allí.
Pensando en estas cosas llegué a mi nueva casa. Abrí la puerta y salió a recibirme mi gato cobarde; me pareció que una sombra huía de la luz del recibidor.

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