sábado, 28 de julio de 2018

La mujer incompleta. Deseos mula

Pierdo el hilo. Le oigo, pero hago más caso a la idea que se me pasa por la cabeza una y otra vez, como una ola que vuelve a golpear la orilla cada pocos segundos. La orilla o mi sien, lo mismo da. ¿Qué demonios hago aquí?
No tengo ni idea. Creo que sigo un impulso absurdo, irresponsable y estéril como una mula. Deseos mula, nacidos del cruce de dos realidades que no pueden mezclarse. Error. Incorrecto. Sí pueden mezclarse, pero no deben hacerlo, no están creadas para cruzarse, si lo hacen la naturaleza las castigará. Y, ¿cuál será el castigo? La esterilidad. La ausencia de futuro, una condena a usar los verbos sólo en presente. Ni siquiera el condicional es una posibilidad. Pero la voluntad es enorme, es un volcán contra el que nadie puede nada. Quizá sólo el miedo convertido en amenaza, en pecado y su castigo. Convertido en culpa. Pecado y culpa son conceptos muy útiles en sociedad, procuran que sea uno mismo quien decida no hacer aquello que se considera malo. El miedo a la condenación como freno. Pero, ¿y si no tienes miedo porque no crees en nada, tal vez sólo un poco en el monstruo de debajo de la cama? ¿Por qué creemos de niños en amenazas invisibles que imaginamos grades y oscuras, peludas y con garras? Menos mal que crecemos y nos deja de asustar la oscuridad de los pasillos y el vacío amenazador del espacio muerto de detrás de las puertas. De adulta ha sido un ente invisible de voz sinuosa el que me ha atemorizado con sus susurros al oído: “te has equivocado, qué mal te ha salido, no podrás, fracasarás...”. Esa voz se avanza a mis errores, los convierte en precipicios de altura paralizante.
¿Qué me ha dicho? ¿Cómo intentaba conectar con los chicos en la adolescencia? Les preguntaba su horóscopo, su color favorito, si creían en espíritus, si conocían la teoría de los seis grados de separación. Cosas sin importancia fundamentales. Cosas ajenas a la realidad. A esa edad la realidad no importa, es lo de menos, afortunadamente.
Me gustaría preguntarle si sabe guardar secretos, si me guardaría para toda la vida una verdad como un incendio, una verdad de esas que queman en las palmas de las manos: no sabía que se puede amar a alguien que aún no existe. Que a lo mejor nunca llega a existir. Amaría al hombre que puede llegar a ser. El amor convertido en predicción. Amor predictivo, como el asistente de escritura del móvil, que siempre se equivoca y da lugar a mensajes absurdos. Amor mula.
Me imagino sus manos perplejas agarrándose la una a la otra para disimular el desconcierto ante tal revelación. Nada más, porque su piel tan joven me da muchas ganas de llorar.
Ojalá sea quien puede ser. Ojalá la vida cumpla su promesa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario