martes, 28 de mayo de 2019

La mujer incompleta. Fantasmagorías

Qué aburrido es ser un un fantasma. Creía que desapareciendo podría gozar de una tranquilidad entre ilusoria y aleatoria, pero ni una cosa ni la otra. Ni me hace ilusión no existir ni logro que sea algo esporádico relacionado con el estado de ánimo o el lugar por donde me ilumine el sol en cada momento. No. Soy un fantasma aburrido que espera detrás de las puertas para asustar a quien sea que atraviese mi pasillo oscuro. Pero nadie parece percibir mis aullidos, ni mis soplidos cerca de la nuca. Con lo que me gustan las nucas. Las de los hombres más, tal vez solo porque suelen estar más a la vista, o porque me llenan por dentro de una ganas enormes de volver a tener un cuerpo, para mí y para compartir. Mi cuerpo tiene la nuca tatuada con una pequeña espiral y una llama. Un infinito ardiente. ¿Esa era la idea? No me acuerdo ya. Si veis a mi cuerpo vacío vagando por ahí, llegando tarde a los sitios, sonriendo sin pasión, decidle que me busque, decidle que le añoro, que le aguardo detrás de la puerta del baño. Ya sabéis, los mejores sustos siempre son en el baño. Desde Psicosis, ¿o empezaron antes? Tampoco importa mucho, solo interesa ese miedo a que nos pase algo en ese espacio en el que estamos o desnudos o con los pantalones bajados o las faldas subidas. Estamos vulnerables. También ridículos. Y solos. Hasta esos bichos translúcidos que habitan en los huecos húmedos entre las losetas o bajo el plato de ducha salen despavoridos cuando enciendes la luz sin que se lo esperen. Y, si no encuentran grieta en la que refugiarse, se quedan inmóviles como si así fueran a hacerse invisibles. Yo también me quedo quieta, a veces aguanto la respiración sin darme mucha cuenta, y me quedo minutos observando al bicho inmóvil. Le vibran las antenas cuando se me escapa un resoplido por la nariz. Estaba a punto de asfixiarme, pero de tanto observar al bicho se me había olvidado. Aunque creo que los fantasmas no se ahogan. No he intentado matarme desde que soy un fantasma, no sé si soy mortal en mi naturaleza incorpórea. ¿Es una paradoja lo que acabo de escribir? Si no soy corpórea será por fuerza que he comprobado mi mortalidad. Supongo. Sin embargo, me siento más cercana al bicho del lavabo, que mi madre llamaba "pececillo de la humedad", que a cualquier tipo de trascendencia. Esos bichos tienen muchas patas y un cuerpo semejante a un trilobites. Quizá es mucho más trascendente conectar con un ser que lleva sobre este mundo desde siempre que con un ser que nadie ha visto.
Soy un fantasma que se asusta con facilidad. Así no hay manera. Anoche quise asustarle, a ver si así percibía mi ausencia, pero solo logré que le diera un escalofrío y se levantara en busca de un polar de marca Quechua. No sabía que los fantasmas también sufrían insomnio. Y yo que creía que con el cambio de naturaleza no sufriría los ruidos nocturnos, pero cuando empezaron sus ronquidos comprobé que no es así.
Siempre quise ser solo voz, esconderme y susurrar sin parar, hasta provocar que la piel ajena se erizara. Pero no tiene sentido si nadie me escucha.

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