jueves, 27 de febrero de 2014

Maternidad, a toro pasado

No reconocía esa silueta, era como si desde el otro lado de espejo se asomara otra persona que sonreía con un rictus entre burlón e inquietante. No me identificaba con mi cuerpo y esa sensación de otredad me estaba llevando a una esquizofrenia callada e íntima. Muchas de  las amigas que estaban pasando un embarazo o ya habían pasado por uno decían sentirse especiales, vivir un momento mágico. Todas las revistas, emails y anuncios sobre maternidad que recibía por email desde que en Google había buscado varias veces las palabras embarazo, semanas o feto, hablaban del tema con ridículos diminutivos, daban consejos para algunos inconvenientes estéticos e ilustraban esos textos cargados de tópicos y eufemismos con fotos de pequeños duendes con gorro y pañal. Todos. Ninguno hablaba de los dilemas íntimos, de la imposibilidad de tener sexo durante meses por cuestiones varias, del miedo a lo irremediable, de la transformación del cuerpo en un recipiente deforme, como si una anaconda hubiera cometido un error de cálculo al devorar a una presa demasiado grande.  Estaba convencida de que no todas las mujeres ven esa nueva forma embellecedora, de que algunas dudan de su inminente papel de manantial de leche. Todo lo políticamente incorrecto disimulado, y no me sorprendía la coincidencia. Todo lo camuflado bajo una montaña de azúcar coincidía en gran parte con tabúes sociales, con silencios de matriarcado, con secretos que ni siquiera las madres comparten con las hijas porque ya no vivimos en la naturaleza y acallamos los instintos, la esencia de la especie. Hacen falta cursos con comadronas, consultas con psicólogas, clases para dar el pecho, como si parir fuera una técnica avanzada de la sociedad. Se nos olvida que es algo primario, animal; son vísceras, sangre, dolor, gritos, llanto. Somos como esas gorilas separadas de su núcleo familiar y encerradas en un zoo demasiado pronto que al parir a su cría la rechazan. Nunca habían visto algo así, ninguna otra de su especie les ha enseñado, ni han podido aprender a fuerza de ver nacer y morir a sus congéneres. Y no sienten nada. No tienen el instinto. Eso nos pasa a nosotras. Necesitamos una suscripción a una revista mensual sobre mamás y bebés para saber qué hacer cuando el niño tiene mocos, o afirmar que somos muy de tal o cual pediatra con barba y manual publicado para sentirnos respaldadas por un método. Desconfiamos de madres y abuelas como si criar a un hijo fuera algo novedoso y ellas estuvieran pasadas de moda. Damos la espalda a la especie, nos bajamos una aplicación de smarthphone llamada white noise en vez de cantar nanas. Eso sí, a número de fotos casi secuenciales no nos gana ninguna generación anterior. Ni ninguna otra especie, claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario