jueves, 27 de febrero de 2014

Apariencias


Aparentar. Esa debía ser una de las cinco palabras favoritas de David. Las otras cuatro podrían ser: dinero, sexo, mentira, poder. Le había salido el esquema de la sinopsis de una película de Scorsese, no por casualidad era uno de sus directores favoritos. Cinco sustantivos, un sólo verbo. Todas sus acciones  estaban ordenadas por ese verbo que tanto le gustaba. Todo en él era fachada. La fachada impecable de una elegante finca regia llena de humedades y plagada de carcoma que devoraba silenciosa e incansablemente las vigas que aguantan sus techos.
Inés veía así a David desde hacía años. Al principio creyó en él, pero pronto empezó a sospechar que nunca era sincero. Con el tiempo constató muchas veces que mentía. Le resultaba cómico, casi patético, ese convencimiento que en un momento de flaqueza alcohólica le confesó: creía que sí nadie podía demostrar una mentira suya, ésta no existía.  Lo creía de verdad. Esa fue la noche que dejó de quererle. Para Inés cuando una persona conoce bien a otra, cuando ha traspasado la frontera de lo social para pisar el terreno personal más abrupto y oscuro, ése que muy pocos llegan a visitar, entonces no valen fingimientos, y si no se destapan es por pereza o por interés, ya sea por mucho o por poco.



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