miércoles, 4 de marzo de 2015

Busco un refugio

Busco un refugio.
Lo busco bajo tierra, en el espacio flexible que separa las vagones del metro. Esa curva constante que todo el mundo evita.
Busco un escondite en el que meterme, acurrucarme y contar hasta cien con la esperanza de que nadie me encuentre.
Busco una isla desierta que habitar y en la que no me haga falta ni nombre.
Busco. Todos buscamos. En algún momento se nos dijo que estábamos programados parar encontrar y somos incapaces de no responder al adiestramiento. Somos tan obedientes.
Pero yo aprendí mal, soy torpe, y no encuentro lo que busco. Sólo sé perder. Pierdo los paraguas, un pendiente de cada tres pares y demasiado a menudo, los papeles.
Busco consuelo, pero he salido en su búsqueda sin mapa ni cantimplora y me he extraviado en el páramo de mi cuerpo.
Sólo me queda mi desierto color arena. En él he descubierto una gruta que lo puede ser todo: refugio, escondite, isla y consuelo. Pero no es para mí, sino para niños perdidos que buscan su Nunca Jamás. Yo no quepo entera en mi agujero, aunque le voy metiendo puñados de errores, pedazos de placer, trocitos de penas, migas de secretos y restos de amor.


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